miércoles, 23 de septiembre de 2020

De autoestima y otras hierbas

 "Amiga, ¡pero si tú eres hermosa!"

Debe ser una de las frases que más he escuchado en mi vida.
Tenemos la necesidad de querer convencer al otro de lo que nosotros pensamos, pero ¿y si no soy capaz de verlo? ¿Y si no soy capaz de tener el mismo proceso mental que me permita pensar igual que tú?
No me van a convencer de que soy bonita porque me lo digan cien veces al día. Ya lo han intentado mis ex parejas, con resultados variables, porque no depende del nivel de confianza que tenga en la palabra de otra persona: depende de mí.
Y yo no soy capaz de verme como me ven los demás.
Cuando era niña me halagaban mucho, me decían que era muy especial, capaz y bonita. Pero a la vez me decían que era muy presuntuosa y que me creía lo máximo cuando hablaba de las cosas que me apasionaban, o simplemente de lo que sabía hacer. Seré sincera: no tengo idea de si lo era. Sólo recuerdo que compartía, porque me nacía. Así que me imagino que caía super mal porque bueno, las cosas me salían bien naturalmente.
Puedo contar las ocasiones precisas: yo tuve un papel protagónico en una obra escolar en primer grado. Era la primera de mi salón, mi tutora me quería, era popular (o al menos eso me han dicho), a las niñas les encantaba tocar mi pelo, y para colmo, tenía vena artística y vocación religiosa. El combo.
¿Y entonces qué pasó? Me escribieron cosas feas en mi “slam” (¿Se acuerdan de ese librito que rotabas por todo el salón preguntando cosas personales?), hablaban pestes de mí, me sacaron la silla para que me caiga al suelo cuando me estaba por sentar, se limpiaron los mocos en mi pelo, me pisaron mis anteojos, me robaron la cartuchera. Los niños pueden ser muy crueles, pero a veces no dejan de tener razón: y yo empecé a creer que probablemente me merecía esas cosas, y más. Porque probablemente había algo mal en mi interior. Y probablemente yo no era consciente de eso, y muy por el contrario, me consideraba la última coca cola del desierto.
Y entonces tomé una decisión: “yo no quiero ser mala, yo no quiero ser presuntuosa, quiero caerle bien a todos, quiero que Diosito me quiera por ser buena. Por lo tanto, voy a bajarme los humos yo solita”.
Estaba en primer grado de primaria.
¿Te imaginas no tener ni 10 años y tratarte como si hubieras matado a alguien?
Muchos años después, cuando inicié tratamiento luego de las barbaridades que me hice a mí misma, intenté cambiar esa forma de hablarme. Intenté enfocarme en lo bueno que tengo. Intenté abrazarme. Y sí, he tenido épocas en las que se me ha hecho más fácil, pero discúlpenme: lo natural para mí, lo más fácil, lo automático, lo evidente de hacer es ningunearme. Detestarme. Sentir que repelo a la gente. Discúlpenme, pero me cuesta el peso del mundo tratarme bien, quererme, acariciar mi alma con amor propio. Es curioso cómo puedo escuchar sólo lo negativo que tienen para decirme, pero lo positivo lo omito.
Cuando era adolescente, luego de esta etapa de maltrato autoinfligido, era normal expresarme peyorativamente sobre mí en voz alta. Y la gente asumía que lo que yo estaba haciendo era "tratar de causar pena para que me digan cosas bonitas". Pescar halagos para alimentar mi ego. Yo sé bien que esa no era la razón, que era muy inocente y lo que decía y hacía era honestidad pura. Muy poca gente sabe de mis batallas contra los castigos autoimpuestos y las huelgas de hambre y dolor como para darse cuenta de que no estaba siendo nada más que coherente con mi odio hacia mí misma. Si te odias, es natural tratarse mal, aislarse, actuar "raro". No porque quieres llamar la atención: al contrario, porque quieres desaparecer. Pero contradictoriamente, ocupas espacio y tienes un rol en la comunidad, y cuando tratas de eliminarte, sí, pues, llama la atención. Y yo vaya que la llamaba, y generaba lástima, y eso no hacía que me sienta mejor, sino que me aliene más de mi entorno.
Tengo 32 años y me sigo tratando como si hubiera matado a alguien, pero ahora con algo de remordimiento porque ya sé que lo que estoy haciendo no es lo mejor ni para mí ni para nadie. Y resalto esto aquí, porque muchos creen que el amor propio es una cuestión que sólo afecta a uno mismo, y ese es un craso error: cuando uno no se quiere, toma decisiones que hacen daño a la gente más cercana, que es justamente la que menos quieres herir. Por lo tanto, sé que tratarme mal no es bueno, y no tanto por mí sino porque le hago daño a los que quiero. Pero no puedo evitarlo: hablarme mal, menospreciarme, pensar sólo en lo negativo está demasiado enraizado en mí.
"Quiérete a tí misma". Sí, claro, aprieta el botón y borra tus aprendizajes de toda la vida para amarte tal y como eres. Suena mucho más simple de lo que es. Discúlpenme, pero de tanto practicar la autoflagelación, mi músculo del amor propio está atrofiado. Por eso no me vas a ver fanfarroneando en redes sociales -a menos claro de que esté realmente orgullosa de algo, y probablemente sea tras un esfuerzo consciente de "tratar de reconocer mis logros porque es saludable”. Las redes sociales, para mí, están para compartir lo que hago y lo que me pasa, no tanto para lucirme, porque mi lista de defectos interiores y exteriores es INMENSA. Es más larga que mi lista de cosas buenas, y esto lo sé porque he hecho el ejercicio.
Así que no, no estoy buscando cumplidos. O sea, si te nace decirme algo bonito, bien, pero no lo hagas para tratar de convencerme, porque por más que me repitan cosas buenas, no me las voy a creer a menos que yo decida hacerlo. Probablemente me sienta rara, me quiera encoger y no sepa cómo reaccionar. Porque probablemente me cueste creerlo.
Pero te prometo que voy a tratar de considerarlo. Después de todo, la realidad es una, y nuestras opiniones, subjetivas, se basan en las experiencias. Y si tu experiencia es que soy bonita o hábil, pues supongo que por algo debe ser.

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