lunes, 28 de septiembre de 2020

Mi nombre

 Llámame Cristal, no Cristina.

Porque esa palabra me representa mejor.
Nunca me ha gustado mucho cómo suena mi nombre. Me trae imágenes de cosas complicadas, abstractas, hasta religiosas. Me evoca sufrimiento.
Cristal no. Cristal me suena a algo transparente, que se muestra como es, que por más que quiera no puede esconder lo que hay detrás de sí. Y eso es lo que yo hago en este espacio - Y en realidad, en todos los aspectos de mi vida. Me cuesta no ser transparente. Me callo, pero cuando me muestro, no tengo filtro.
Un cristal puede ser de muchos colores y tener diferentes aristas; aunque aquí hable especialmente de mi mundo interno, créanme que soy una persona muy versátil, con intereses en cosas super diferentes, y a la que le gusta aprender. Así que monotemática tampoco soy.
Con cristales se pueden crear figuras de muchísimas cosas: yo soy un poco camaleónica y, como me aburro fácilmente si sólo me dedico a hacer una cosa (soy géminis), pruebo y pruebo y cambio de forma, y no me quedo quieta. Incluso en mis épocas de bajón me moldeo a mi “yo monstruo”, a sabiendas de que en algún momento tendré que dejar ese rol. Detesto el cambio, me cuesta mucho asumirlo, por eso me considero rígida como un cristal; soy moldeable si me someten a presión.
Un cristal es duro, pero también es frágil, se puede romper si no se trata con cuidado, y yo me considero así: una persona firme, dura consigo misma y frágil socialmente. Cuyos valores no se tuercen, pero que se puede desgastar y romper si se golpea.
Siempre me ha parecido el sobrenombre perfecto. Así que, por favor, llámame Cristal. Porque eso me caracteriza. Porque eso soy, y no pretenderé ser algo más. Ya no.

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