Mi nombre es Cristal. Tengo 32 años, y soy de Lima, Perú. Quiero empezar diciéndoles que acabo de terminar de ver el documental “Into the unknown: making Frozen 2”. Y lloré en cada. Uno. De. Los. Episodios, al menos una vez.
Y tengo que decirles que hay pocas cosas
que me hacen derramar lágrimas.
No les voy a mentir: no me gustó tanto
Frozen al principio. O sea, sí, era una película de princesas de Disney y, como
la fan de Disney que soy (junto con mis hermanos, con quienes he visto y vuelto
a ver cada película, aprendido los diálogos de memoria y cantado cada canción,
soñando con visitar algún día Disneyworld, cosa que tristemente no ha sucedido
aún), pues simplemente me gustó. “Una película para niños pequeños”, pensé. “Libre
soy” se quedó pegada en mi mente por algunas semanas pero eso fue todo, nada
del otro mundo.
Pero verán, Disney siempre ha tenido una
forma de encontrarme, y esa usualmente ha sido el teatro. Desde que era pequeña
he actuado y conforme fui creciendo se convirtió en mi forma de vida. Al día de
hoy, he hecho de princesa de Disney en el colegio, en obras semi profesionales,
y en shows infantiles.
Como soy perfeccionista, terminé armando mi
propio traje y peluca de Elsa. No me conformaba con lo que las costureras
tenían para ofrecerme, así que me puse a investigar y aprendí solita a hacer
los acabados de mis trajes y coser pelucas. Y fue investigando para pintar a
mano los copos de nieve de mi capa, y cosiendo lentejuelas una por una en mi
corsé, que aprecié la profundidad y detalle de su trabajo, y el de todos los
artistas involucrados en el proceso de las películas. Llenándome de escarcha y
pegamento fue cuando me enamoré finalmente de Frozen.
Pero hay más: me puedo identificar con Elsa
en una forma psicológica.
Tengo una hermana menor, a la que he
evitado desde que estaba empezando mi adolescencia. Tengo depresión clínica y
transtornos de la conducta alimentaria, incluso he estado internada dos veces en
clínicas psiquiátricas, y mis manías medio que se fueron en contra de ella. No
soportaba tocarla ni escucharla. Y no porque la odiara, sino que, por el
contrario, la quería tanto que no quería que sufriera conmigo. Aún no sé cómo
explicarlo, pero simplemente no podía tolerar demostraciones de afecto, era
demasiado para mí. Necesitaba estar sola, no sentir la piel de nadie, me sentía
como un monstruo que lastimaba a todo lo que entraba en contacto conmigo y me
sentía muy culpable de muchas de las cosas que habían sucedido en mi familia.
Así que cuando Elsa entró a mi vida como personaje, no pude más que relacionar
mi historia de auto rechazo, miedo de dañar a otros y odio hacia mis propias
características con el viaje interior de Elsa. No fue hasta que aprendí que mis
diferencias, que es lo que yo temía más, eran también mis fuerzas, al igual que
los poderes de Elsa son su tumba y salvación, que empecé a sanar. No fue hasta
que aprendí a que el amor me guíe, en vez del miedo, que aprendí cómo vivir.
Igual que Elsa cuando se dio cuenta de que el amor descongela todo. Yo ya había
pasado por ese proceso cuando la película salió, y cuando descubrí que un
personaje de Disney había vivido lo mismo que yo no pude más que admirar su trabajo.
Así que mi misión cuando incorporé ese
personaje en mi vida, no sólo físicamente sino emocionalmente, ha sido enviar
ese mensaje de amor y aceptación a la mayor cantidad de niños que pueda cuando
estoy caracterizada. Y esa no es una tarea fácil, porque este país no tiene ni
el acceso ni el desarrollo que hay en los EEUU. Sin mencionar que el dinero es
un gran tema que limita muchas producciones. He tenido la oportunidad de ir a lugares
super pobres en los que la ilusión casi ni existe, pero esas han sido las
fiestas más memorables a las que he tenido la oportunidad de asistir. Recuerdo
una en particular en la que la dueña del cumpleaños no se esperaba que nosotras
(Anna y Elsa) apareciéramos, así que su emoción fue inmensa cuando nos vio y no
podía esperar para abrazarnos cuando aparecimos una después de la otra. Era
parte del show buscar un regalo especial que “se ha perdido”, así que cuando
Anna y yo le explicamos que teníamos algo que darle pero que no lo
encontrábamos, ella nos dijo “Oh, no me importa, el regalo más grande que mis
papás me han podido dar es que ustedes vengan”. Más tarde nos contaron que la
familia había ahorrado por meses para poder tenernos ahí.
Así que no, su trabajo no sólo me ha
alcanzado a mí y a mi pequeño corazón, sino al de esa niña y al de cientos de
miles de otras niñitas que ven en Elsa a una heroína, a una hermana, una amiga,
un ejemplo a seguir. Y por eso es que les escribo: porque, si no fuera por
Elsa, por la película, por su arte, yo no sería capaz de alcanzar los corazones
de esos niños de esa forma.
Además, ¿Cómo puedo expresar el nivel de
compromiso que tengo con Elsa? ¿Cómo puedo describir en palabras la importancia
que ese personaje ha significado en mi vida? No sólo por el parecido físico y psicológico,
sino por todo lo que soy capaz de hacer gracias a ella.
No sólo es mi manera de alegrar a niños por
su cumpleaños o ir a hospitales de vez en cuando: ella es mi todo. Porque me ha
permitido amar a otros de maneras que yo no puedo. Ella personifica para mí toda
la belleza, fuerza y humanidad que a mí me faltan, y ser capaz no sólo de
personificarle sino de dar un poco de eso a otros es simplemente
indescriptible. Gracias a ella recibo los abrazos más cálidos de niños que no
tienen idea de quién soy yo como persona pero que me tocan como si fuera su
propia madre cuando me ven como Elsa. Por eso, lo único que puedo hacer es
agradecerles a ustedes por hacer posible que esta historia llegue a tantas
vidas. La película salió en el 2014 aquí en Perú y aún veo niñas en la calle hoy
en el 2020 que recién tienen 3 años y que matan por Frozen. No sólo son las más
grandecitas las que la aprecian: es un legado. Millones de niñas van a ser
moldeadas y verán a Elsa como un modelo a seguir en los próximos años.
Así que es más que obvio que cuando supe
que iba a salir Frozen 2 el año pasado, simplemente no podía esperar a que
llegara él momento de ver la película.
Y entonces recaí.
La salud mental aún es un tema subdesarrollado
en todo el mundo. Jennifer Lee dijo durante el documental cuando hablaba de la
canción “Lo que hay que hacer”, que “este es un tema que me hubiera gustado que
tocaran en películas cuando yo era pequeña”, y no podría estar más de acuerdo. Estoy
agradecida de que Frozen, de alguna forma, hable acerca de esas emociones tan fuertes
que pueden moldear vidas de formas tan impensadas. Pero aún hay mucho trabajo
por hacer, e imaginen la perspectiva desde mi país, que está muy retrasado en
ese aspecto. La salud mental prácticamente no es accesible de forma pública.
Así que mostrar tales niveles de miedo, tristeza y duelo en una película para
niños es muy, muy poderoso.
Seré transparente aquí -simplemente no
conozco otra forma de ser, y a veces me detesto por eso-, pero podría decir que
literalmente Frozen 2 me salvó. Porque me dio un sentido para estar viva, un propósito
para alcanzar en ese contexto. No estaba interesada en recuperarme o tener un
futuro. Mi anorexia volvió fuerte y mi depresión me afectó y limitó en muchos
aspectos, e incluso ir a trabajar a shows no era lo suficientemente bueno como
para tener una figura normal y estar sana simplemente para no dar pena. Pero
entonces, una amiga mía que hace cosplay me dijo que podía conseguir entradas
para la Avant premiere aquí, y que podríamos ir vestidas de Anna y Elsa. Y mi
perspectiva cambió.
Al menos a corto plazo, empecé a tener una
nueva pasión: el traje de viaje de Elsa. Y así dejé mis obsesiones con la
comida y las cambié por amor a los diseños de los copos de nieve, la paleta de
colores, las telas, la pedrería, y con ellos, me agarré de la vida por el borde
de ésta. Necesitaba ver la película. Fui inspirada por Elsa y su magia y me
pasé días y días tratando de hacer el mejor traje en mi país con el poquísimo
tiempo que teníamos. Casi no dormimos en esos días y trabajamos como hormigas
sin descansar, bordando y pegando piedras y lentejuelas una por una. Surfeé por
todo el internet buscando las mejores imágenes de referencia que hubiera en ese
momento en que todo era tan herméticamente secreto aún, y para mi sorpresa, no
sólo encontré nueva información cada día, sino a gente que estaba tanto o más
obsesionada que yo. Y esa fue una forma de sentir que no estaba sola.
Creo que no exagero al decir que ese fue
uno de los mejores días de mi vida. Y no puedo decir lo mismo de muchas otras
experiencias. Las emociones, la piel de gallina, los temblores, en parte por
falta de sueño y en parte por excitación: simplemente no puedo explicar en
palabras lo importantes que Frozen y Elsa son para mí. Es imposible. Incluso
hoy, que he tenido la oportunidad de ver los 6 episodios del documental, no
podía evitar llorar y temblar como Elsa cuando cabalgaba camino a Ahtohallan. Simplemente
de pura emoción.
Así que gracias. Gracias por hacerme
sentir. Por hacerme amar. Por hacerme querer vivir de nuevo. Gracias por
hacerme volver a querer ser un modelo a seguir para tantos niños -incluso en mi
pequeño rincón del mundo, desde el que no puedo hacer más que hacer sonreír a
algunos pequeños por un rato. Gracias, por recordarme lo que hay que hacer:
escoger al amor por sobre el miedo.
Y gracias, de nuevo, por tocar temas tan
importantes y hacerlos comprensibles para los niños. Nosotros los humanos
necesitamos reconocer nuestras emociones como Anna y enfrentarlas como Elsa.
De verdad, de verdad espero que esta carta
alcance a las personas que estuvieron involucradas en las películas,
cortometrajes y todo lo relacionado con ellas, para que tengan una idea del
alcance de las cosas que hacen y las decisiones que toman- de su arte. Y
también espero que, como la gran fan que soy, al igual que tantos otros millones
de almas, tengamos Frozen para rato.
¡No puedo esperar a ver el trabajo que
tienen preparado para más adelante! ¡Y deseo para sus vidas toda la alegría que
le han proporcionado a tanta gente!
¡Gracias,
gracias, gracias!
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