lunes, 2 de noviembre de 2020

Pause

 

Se supone que puedo ser sincera aquí. No escribí en semanas porque lo fui postergando, pero hay cosas que me gustaría compartir pero que a la vez me asusta mencionar porque tengo miedo de la reacción de quienes me rodean. Desde que aprendí que las cosas que siento tienen consecuencias visibles directas en mi entorno tengo mucho cuidado con lo que digo, para no alarmar, pero tampoco quiero dejar pasar las cosas que pasan, quiero darles sentido, y para eso, las tengo que compartir. Encontrar un equilibrio entre comunicar sin quemarme yo misma puede ser un poco complicado, pero vamos ver si puedo.

La mayoría de días me siento bien. Me siento animada, positiva, a pesar de que ando muy ajustada de ingresos y algo aburrida de la rutina. Obviamente hay cosas que me gustaría hacer pero no se puede por todo lo que está pasando (escribir es una buena forma de no volverme loca), pero dentro de todo no la estoy pasando tan mal anímicamente hablando.

Sin embargo, en los últimos meses me han entrado como arranques de irascibilidad. Puedo estar super tranquila y de pronto alguien me dice algo y pum, me pongo a regañar. Me altero fácilmente con cosas que suceden y me pongo a regañar como nunca lo he hecho por nimiedades. Yo creo que tiene que ver con las hormonas que estoy tomando y que el aislamiento definitivamente me afecta de alguna forma, porque las cosas que hace la gente me altera desproporcionadamente.

El otro día tuve un altercado con mi mamá por algo que me afectó porque sentí intensamente que iba en contra de mis intereses y que pasaba por encima de mis límites. Trate de decirle que no, pero ya saben cómo son las cosas con las mamás: si les dices que no, luego te sientes culpable, sobre todo porque te mira con ojitos brillantes y puchero por no ayudarle, y aunque no es de esas personas rencorosas que te sacan en cara las cosas, sí las va acumulando y en algún momento las suelta. Entonces, muy a mi pesar porque incluso me perjudicaba en cierta medida pues tenía que dejar de hacer cosas para que ella pudiera hacer lo suyo, la ayudé. Pero hacerlo me puso terriblemente molesta, al punto de llorar y querer pegarle a algo. Jamás he sido violenta así que no sé de dónde me salió el querer pegarle un puñete a la mesa, pero así me pasó. Y no sólo me puse de mal humor con mi mamá sin con mi hermana también.

Los circuitos cerebrales son muy misteriosos e interesantes de observar. Como dije, me he estado sintiendo bien y pensando positivamente sobre mí, pero en ese momento se activaron pensamientos del tipo “soy una pésima persona por tratar mal a mi familia ‘gratis’, y porque nunca quiero ayudar ni hacer algo por otros, sólo quiero encerrarme en mi guarida. Por eso estoy sola y no tengo amigos ni pareja, y me voy a quedar sola porque nadie me va a querer. Debería desaparecer, debería hacerme daño”. Y hace tiempo no tenía esas ideas en la cabeza. O sea, lo de quedarme sola es un miedo constante, pero lo otro, lo de pensar en hacerme daño… Asusta. En ese momento lo vi como una opción muy tentadora, y si no hubiera tenido que maquillarme y recomponerme en una hora para cumplir con mis obligaciones, hubiera tomado acciones, quizás, drásticas.

Sin embargo, y aquí está la moraleja de la historia, no lo hice. Pensé que iba a explotar, que el mundo se acababa si salía de mi cuarto, que no tenía sentido que haga nada de lo que tenía que hacer, y no podía dejar de llorar. No sé de dónde habré sacado la sangre fría necesaria, creo que el teatro me ha ayudado en eso, pero seguí haciendo lo que tenía que hacer, me maquillé y vestí y trabajé con niños durante horas.

Al principio, antes de empezar mis videollamadas, tenía la intención de salir de mi casa e irme a algún lugar solitario a llorar, escribir o autoflagelarme, con la idea romántica de que alguien me rescatara de mí misma; cuando terminaron mis videollamadas, si bien estaba aún molesta, la necesidad de hacerme daño o escapar y desaparecerme por un rato había bajado notoriamente y no fue necesario hacer nada de eso. Porque me había dado cuenta de que, en el ardor del momento, había deseado ya no estar más, porque quizás estaba más molesta conmigo misma que con mi familia. Molesta conmigo misma por ser como soy, por reaccionar como lo hice, y por pensar las cosas que pienso. Y encima, culpa, y vergüenza. Sintiendo cosas tan feas y tan intensamente, cualquiera querría dejarlo todo y salirse un rato del mundo. Pero me di cuenta de que, en realidad, no quería morirme. Es extraño y aún no sé bien cómo explicarlo, pero “sentía” que debía castigarme y hacerme daño de alguna forma, pero no porque quisiera morir sino porque quería desahogar esa molestia conmigo misma.

Lo siguiente fue una sucesión natural de las cosas: Si no quiero morir, no tiene sentido que arruine las cosas que tengo a mi alrededor y cancele mis videollamadas. Conociéndome, cualquier intento que haga por eliminarme no va a tener éxito más que para levantar las alarmas y generar muchísimos problemas como ya antes ha sucedido y no estamos en la posibilidad de pagar por enfermeras o monitorearme constantemente; te van a odiar menos si no les haces esto. No quieres morir, quieres castigarte, y eso puede esperar un poco a que termines de hacer tus cosas y pienses en la mejor manera de hacerlo.  

Y al día siguiente, viéndolo en retrospectiva, no pude más que sentirme contenta. No por haber pasado el episodio, nadie quiere experimentar que es un monstruo asqueroso que no merece nada de lo bueno que hay en la vida, sino porque, a pesar de que aún me siento repugnante y no me termino de perdonar, logré librarme de la nube negra y no hacer nada respecto a las emociones y pensamientos que tenía en ese momento.

¿Cuántas veces actuamos guiados por cosas que sentimos como verdaderas en un momento dado? Yo no me considero una persona impulsiva, aunque he de admitir que en los últimos meses, con todo esto de mis recaídas, sí he tendido a hacer cosas por decisiones de último momento, sobre todo relacionadas a comprar objetos y comida, y algunas veces en mis reacciones. Estos episodios pueden ser peligrosos porque son momentos de emociones sumamente intensas que se interpretan como “verdades máximas del universo” respecto a las cuáles es necesario actuar. Se siente así, se siente correcto actuar en función de ellas. Y es difícil, es muy difícil muchas veces pararse a pensar que, quizás, la intensidad de esa emoción va a bajar y va a haber un momento en el que piense diferente. Me ha pasado. Incluso con emociones no tan intensas sino con ideas que pensaba inamovibles, me ha pasado que ha pasado un año y he dicho “miércoles, realmente se puede cambiar de perspectiva”.

Por lo tanto, si todo puede cambiar, quiere decir que lo que sientes y piensas también, y que, quizás, desaparecer de plano no soluciona nada. Métele todo el floro filosófico de tu preferencia respecto a la muerte y el más allá, pero en esta vida, se crean más problemas de los que se solucionan. Por no hablar del trauma que dejas en la gente que te rodea: así no creas que alguien te quiere, saber que alguien de tu entorno muere es un golpe del que muchos no se recuperan. Así creas que esa persona no te quiere, ¿realmente quieres que se pase el resto de su vida pensando en eso?

Sí, ya sé: “no deberías hacer o dejar de hacer cosas por otros, sino por ti misma”.

Lo sé. Pero aún no aprendo a pensar primero en mí. Sí, ya sé que debería, pero no me funciona, pues. Me sirve pensar esto, y en casos de emergencia, mientras funcione, vale, creo yo.

El punto es el siguiente: cuando estés en una situación complicada en la que sientas que tienes que ser drástico, para un momento. Pon pausa y concéntrate en pequeñas acciones, rutinarias y automáticas si quieres, que te permitan distraerte para que, al rato y con la cabeza más fría, puedas realmente sopesar tu situación. No permitas que el calor de una discusión, o la intensidad de una emoción, dirijan las acciones que vas a tomar, porque es muy probable que te arrepientas luego.

Y si tu caso es el de no tener episodios como éste sino más bien tener una idea fija durante semanas o meses y aún así no ver la forma de que ésta cambie, o que tu situación mejore, entonces dale dos cosas: análisis externo y tiempo. A veces pensamos que estamos en situaciones imposibles que no tienen arreglo y que la vida en adelante va a ser miserable, y no te lo negaré, algunos días yo lo creo también. Me habré librado de las consecuencias de “querer desaparecerme” ese día, pero sigo molesta conmigo misma en cierto nivel y sigo creyendo que nunca voy a ser feliz y blah blah blah (no estoy pidiendo que me convenzan de lo contrario, estoy compartiendo). ¿Pero sabes una cosa? Distraerme, hacer cosas que me gusta hacer, dormir, y sobre todo, hacer algo por trabajar esa creencia, ayuda notablemente a cambiar la situación y finalmente encontrar medidas a tomar que me den satisfacción.

Todo cambia. Todo pasa. Por más que algo parezca que no tiene fin, como esta pandemia, el momento llega.

Ten paciencia, sé amable contigo mismo, y no tomes decisiones cuando tengas una emoción muy intensa.

No hay comentarios.: