sábado, 9 de febrero de 2019

Día 35/1000


Hoy comí bastante, en mi concepción de cantidades y calidad. Hubiera preferido dejar algo de la cena, pero la culpa, la estúpida culpa que siento cuando "me porto mal" (porque hay culpa por comer y hay culpa por no hacerlo) no me lo permitió. Así que me porté bien. Ahora me arde el estómago, pero no me pesa la conciencia por haber hecho travesuras.

En la tarde salimos a ver a mi abuela. Hoy la pude disfrutar más que otros días, no sé por qué. Me es un poco pesado visitarla porque ni se acuerda de mí, pero disfruté viendo contenta a mi mamá y mi hermana con ella. Es muy pícara y dulce a pesar de la demencia.

Ah. Estoy evitando ver a mi mejor amiga, que está de vuelta en la ciudad después de meses. No quiero que me vea. No quiero verla. En parte es porque quiero sufrir. En parte es porque me da vergüenza. Porque tuve estos deslices, porque le prometí que me portaría bien y no lo he hecho. Porque creo que no merece tener una amiga enferma psiquiátrica como yo. Y en el fondo quisiera que lo entienda y me busque -así me comportaba yo de niña, alejando a la gente como para probar su fidelidad. No entiendo mi necesidad de ahora. Supongo que es porque me estoy comportando en algunas cosas como cuando era más chica.




Hoy volví a tener terapia.

Pero esta vez no fue una avalancha de descubrimientos como la semana pasada, sino más bien una de emociones.

Debido al percance que tuve el otro día, mi doctor estaba interesado en ahondar en mi TCA ( si es que realmente tengo uno). Cabe destacar, y no sé si lo llegué a mencionar, que mi hermana descubrió que yo había vomitado el martes. No me pregunten cómo lo supo, porque a pesar de que fue un desastre el asunto de inodoro, igual cubrí todas mis huellas (O al menos eso es lo que creo), y ella no estaba ahí en casa cuando pasó. Bueno. El caso es que están preocupados, pero al menos no presionándome tantísimo. Algo de respiro.

En cambio, hoy sí hubo presión, pero felizmente guiada por el capo de mi psicólogo. Es que lo admiro mucho, hasta para guiarme hacia mis recuerdos más dolorosos es muy cuidadoso. Estábamos hablando del incidente y salió la pregunta "¿de qué te protegen esos pensamientos y esos hábitos?", así que fue directamente a la fuente a preguntarle.

A mi yo de 13 años.

Me pidió que por favor recordara la primera vez que sentí la necesidad de seguir bajando de peso y ver mis huesos. Recordé episodios de pequeña en los que me reforzaban el que se me notaran los omóplatos y hasta yo me convertía en una especie de payaso que hacía reír y sorprender a la gente porque manejaba bien mis "alitas", y también recordé episodios anteriores al que le conté, cuando noté que necesitaba dejar de comer para que algo bueno pase. Ahí, en el 2000, cuando todo empezó a manifestarse. Pero ese episodio del que le hablé a mi psicólogo, ese momento fugaz e insignificante en mi vida, fue un punto de quiebre para mí.

Ese día, creo, había regresado del colegio y me estaba pesando. Mi peso era menor al esperado pero no era extremo. Y yo deseaba pesar menos para pesar como la niña más delgada del salón (que siempre fue un atado de huesitos, hasta ahora. Su hermana es igual o hasta más flaca, y es modelo). Mi doctor me pidió que recordara mi contexto, y salieron a flote recuerdos de esa época que pude expresar con mi lenguaje de niña de 13 años. Sentí el mismo vacío, el mismo gusano de ansiedad, la misma tristeza y rabia por todos los cambios que sucedían a mi alrededor. Y descubrimos (o recordamos, porque quizás llegué a esa conclusión mientras estuve internada hace casi 10 años y ya no lo recuerdo), que la anorexia me defendía de mi rechazo al cambio. Cuando abrí los ojos, tenía la misma expresión de miedo y la misma postura encorvada y encogida de la niña asustada que quería esconderse o escapar. Esa que aún se apodera de mí, y que explica mis reacciones.

Durante estos días que vienen debo tener presentes mis pensamientos de entonces y ver si aflora alguno más. En la próxima terapia veremos una tarea que hice y que quiere desarrollar con mayor profundidad.

Sé que muchos no lo saben aún, pero cuando tienes un TCA no estamos hablando de que simplemente me da la gana de no alimentar mi cuerpo adecuadamente. Existe todo un trasfondo emocional y mental, un proceso, una estructura o esqueleto muy complejo armado con falacias, creencias sesgadas, momentos traumáticos y predisposición personal tan pero tan entreverado que al final, probablemente, nunca terminas de comprender. Y a veces es mejor: enfocarse en las causas entrampa y no permite avanzar del todo. No siempre, quiero decir, suele ser importante dejar ir y perdonar, pero darle demasiadas vueltas al por qué no permite tomar acciones.

Sin embargo, siempre creo importante pensar esto: nadie nace con un TCA. El TCA se desarrolla. Quiere decir que se aprende, se construye. Por lo tanto tiene componentes, y cada componente una valoración o significado. Para mí, bajar de peso significaba evitar cambios en una etapa en la que el mundo estaba avanzando más rápido de lo que yo podía seguirle el paso, y además respondía a mi necesidad de recibir afecto en un entorno casi hostil y marcado por el abandono y la indiferencia. Me generaba cierta tranquilidad que quería mantener. Con esto quiero decir que, en realidad, las situaciones, las emociones e incluso las personas tienen un significado variable que nosotros le adjudicamos en determinado momento. Pero que no necesariamente es el significado más saludable, o incluso, no es el significado habitual.

No comer para mí significa ser fuerte, resistir, ser diferente, ser valiosa, no cambiar, purificarme, ayudar a que pasen cosas buenas a mi alrededor, ser agradable.

¿Qué significa para tí?

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